Esta historia fue producida en colaboración con The Margin y Arizona Luminaria.

Alfonso Figueroa y Anel Juárez condujeron más de 160 kilómetros desde su casa prefabricada azul cobalto en Winchester Heights hasta un hospital en Tucson, donde el obstetra-ginecólogo de Anel había programado una cita para inducir el parto.

Incontables veces, Alfonso hizo el viaje de dos horas con su esposa para recibir atención prenatal. Pero en este trayecto, Anel, que ya tenía contracciones, sintió cada bache de los caminos de tierra de su comunidad rural, justo al norte de Willcox. Al menos ese día la temperatura estaba por debajo de los 38 °C.

Poco después de la medianoche del 4 de septiembre, Anel, de 36 años, dio a luz a su tercer hijo, Alaia Isabela. Al día siguiente, la pareja condujo de regreso a casa con su recién nacida, sorteando nuevamente esos caminos llenos de baches. Anel sostenía la cabeza de su bebé en el asiento del automóvil.

“Siento que se sacude mucho por el movimiento del carro, por el camino”, dijo Anel.

Alfonso y Anel se mudaron a Winchester Heights desde México hace 16 años. Antes de eso, él trabajaba en una fábrica en un empleo agotador y por casi nada. Trabajar en una granja en Estados Unidos le permite a Alfonso, de 38 años, ganar en un par de días lo que ganaba en una semana en México, mientras Anel se queda en casa con los niños.

Ama su trabajo y actualmente cuida 108,000 árboles de pistacho cerca de Willcox. Pero cuando Alfonso regresa a su hogar en Winchester Heights y mira a su alrededor, ve su comunidad en mal estado.

“Mi lugar allá en Oaxaca parecía mejor que aquí. Pensé que este era un pueblo abandonado”, dijo. Alfonso Figueroa y Anel Juárez condujeron más de 160 kilómetros desde su casa prefabricada azul cobalto en Winchester Heights hasta un hospital en Tucson, donde el obstetra-ginecólogo de Anel había programado una cita para inducir el parto.

Incontables veces, Alfonso hizo el viaje de dos horas con su esposa para recibir atención prenatal. Pero en este trayecto, Anel, que ya tenía contracciones, sintió cada bache de los caminos de tierra de su comunidad rural, justo al norte de Willcox. Al menos ese día la temperatura estaba por debajo de los 38 °C.

Poco después de la medianoche del 4 de septiembre, Anel, de 36 años, dio a luz a su tercer hijo, Alaia Isabela. Al día siguiente, la pareja condujo de regreso a casa con su recién nacida, sorteando nuevamente esos caminos llenos de baches. Anel sostenía la cabeza de su bebé en el asiento del automóvil.

“Siento que se sacude mucho por el movimiento del carro, por el camino”, dijo Anel.

Alfonso y Anel se mudaron a Winchester Heights desde México hace 16 años. Antes de eso, él trabajaba en una fábrica en un empleo agotador y por casi nada. Trabajar en una granja en Estados Unidos le permite a Alfonso, de 38 años, ganar en un par de días lo que ganaba en una semana en México, mientras Anel se queda en casa con los niños.

Ama su trabajo y actualmente cuida 108,000 árboles de pistacho cerca de Willcox. Pero cuando Alfonso regresa a su hogar en Winchester Heights y mira a su alrededor, ve su comunidad en mal estado.

“Mi lugar allá en Oaxaca parecía mejor que aquí. Pensé que este era un pueblo abandonado”, dijo. Alfonso Figueroa y Anel Juárez condujeron más de 160 kilómetros desde su casa prefabricada azul cobalto en Winchester Heights hasta un hospital en Tucson, donde el obstetra-ginecólogo de Anel había programado una cita para inducir el parto.

Incontables veces, Alfonso hizo el viaje de dos horas con su esposa para recibir atención prenatal. Pero en este trayecto, Anel, que ya tenía contracciones, sintió cada bache de los caminos de tierra de su comunidad rural, justo al norte de Willcox. Al menos ese día la temperatura estaba por debajo de los 38 °C.

Poco después de la medianoche del 4 de septiembre, Anel, de 36 años, dio a luz a su tercer hijo, Alaia Isabela. Al día siguiente, la pareja condujo de regreso a casa con su recién nacida, sorteando nuevamente esos caminos llenos de baches. Anel sostenía la cabeza de su bebé en el asiento del automóvil.

“Siento que se sacude mucho por el movimiento del carro, por el camino”, dijo Anel.

Alfonso y Anel se mudaron a Winchester Heights desde México hace 16 años. Antes de eso, él trabajaba en una fábrica en un empleo agotador y por casi nada. Trabajar en una granja en Estados Unidos le permite a Alfonso, de 38 años, ganar en un par de días lo que ganaba en una semana en México, mientras Anel se queda en casa con los niños.

Ama su trabajo y actualmente cuida 108,000 árboles de pistacho cerca de Willcox. Pero cuando Alfonso regresa a su hogar en Winchester Heights y mira a su alrededor, ve su comunidad en mal estado.

“Está mejor mi lugar allá en Oaxaca que estar aquí. Y pues digo yo, ‘No, pues ya es un pueblo abandonado'”, dijo.

Filas de casas prefabricadas y remolques, algunas más sofisticadas que otras, bordean las seis calles paralelas que conforman Winchester Heights. Los caminos de tierra conectan con un campo de fútbol. Cerca, una tienda vende cerveza y bocadillos, mientras las rosas florecen frente al centro comunitario y un pequeño parque infantil.

Para la mayoría de los residentes, el español es su lengua materna. En lugar de Winchester Heights, algunos la llaman Perras Flacas o Skinny Dogs, un apodo que hace referencia a la gran cantidad de perros callejeros de la comunidad, incluidos pitbulls, explicó Alfonso, quien no permite que sus hijos mayores, Ashley, de 9 años, y Alfonso (Jr.), de 12, jueguen lejos de casa.

Alfonso y Anel han trabajado arduamente para crear un hogar, invirtiendo tiempo y dinero para mejorarlo para su familia en crecimiento. Su casa tiene un césped bien cuidado y los árboles frutales forman una fila ordenada a lo largo de la cerca delantera. En el interior, pasan el tiempo en impecables sofás de cuero frente a un gran televisor de pantalla plana.

Por mucho que inviertan en su hogar, ellos solos no pueden cambiar la falta de infraestructura de la comunidad. Winchester Heights —un diminuto punto en el mapa del sur de Arizona— es una colonia, que se traduce más o menos como “vecindario” en español. Es el hogar de varios cientos de personas que viven a poco más de 160 kilómetros de la frontera entre Estados Unidos y México. La mayoría de sus residentes son trabajadores agrícolas en las granjas cercanas de pistachos y tomates. Algunos han vivido aquí durante décadas con sus familias, mientras que otros son trabajadores temporales.

Hay al menos 2,000 colonias esparcidas a lo largo de los estados fronterizos del suroeste —Texas, Nuevo México, Arizona y California— muchas de ellas no incorporadas, como Winchester Heights.

La mayoría de estas comunidades fueron establecidas por trabajadores que llegaron a Estados Unidos durante las oleadas de migración laboral. Las familias se asentaron cerca de las industrias donde trabajaban, a veces en cañones montañosos o en medio del desierto. Hoy, alrededor de un millón de residentes, la mayoría con raíces mexicanas, llaman hogar a las colonias.

A los ojos del gobierno de Estados Unidos, cuando una comunidad es certificada como colonia, tiene necesidades significativas– poco o ningún acceso a agua potable y servicios de aguas residuales, vivienda deficiente e infraestructura inadecuada. Además, “las regiones con colonias tienen tasas de pobreza de 3 a 9 puntos porcentuales más altas que otras regiones fronterizas”, según un informe del gobierno federal de 2024. Llevar recursos y mejoras de infraestructura a las colonias siempre ha sido un desafío, y ahora se está volviendo más difícil debido a los recortes en las agencias gubernamentales que las financian.

Casi el 60% de las colonias del país están en riesgo de perder su estatus y financiamiento en los próximos años, según un informe de 2024 sobre desarrollo rural en colonias elaborado por la Oficina de Responsabilidad Gubernamental de Estados Unidos. Según las reglas desactualizadas del Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de Estados Unidos o HUD, las áreas estadísticas metropolitanas a las que pertenecen las colonias no pueden superar 1 millón de personas. Las colonias en el área metropolitana de Tucson superaron este límite en 2014.

En julio de 2025, el congresista de Texas, Tony Gonzales presentó un proyecto de ley bipartidista con el objetivo de proteger el financiamiento de las colonias aumentando el límite máximo de población de las áreas estadísticamente metropolitanas que rodean las colonias, de 1 millón a 2 millones de personas. El proyecto de ley, titulado Ensuring Continued Access to Funding for Colonias Act (H.R. 4498), se encuentra actualmente en el Comité de Servicios Financieros de la Cámara de Representantes, a la espera de acciones adicionales.

Debido a su ubicación geográfica, las colonias son particularmente vulnerables al cambio climático, con calor extremo, sequía, incendios forestales e inundaciones que amenazan a sus residentes. Los fondos federales apoyan las reparaciones de los sistemas de agua, las mejoras de infraestructura y la vivienda. La combinación de un acceso inadecuado al agua y una infraestructura deficiente agrava la salud de la población. En Arizona, la mayoría de sus 58 colonias se encuentran en zonas con servicios médicos insuficientes, donde la proporción de habitantes por médico de atención primaria supera los 5,000 a 1.

Los residentes de las colonias se encuentran entre las poblaciones más vulnerables de nuestro país, según encontraron los autores del informe de la GAO de 2024.

The Margin y Arizona Luminaria visitaron ocho colonias en Arizona, incluidas algunas que perdieron su designación. Muchas de estas comunidades dependen de fosas sépticas o lagunas de aguas residuales y reciben agua de pozos comunitarios. Aquellos que están fuera del sistema de pozos almacenan agua en cisternas o tanques, lo que la expone a contaminantes. Muchos residentes no confían en que el agua del grifo sea segura para beber, por lo que la utilizan principalmente para lavar los platos y bañarse.

Entrevistas con 48 residentes, funcionarios locales y estatales, organizaciones sin fines de lucro, investigadores y proveedores de atención médica revelaron que todos están preocupados de que los múltiples factores de estrés a los que están expuestos los residentes de las colonias los estén dejando en situación de riesgo.

Ricardo rastrilla debajo de la máquina de pistaches. Credit: Ash Ponders / The Margin

Un legado de impermanencia

Las colonias de Arizona surgieron por primera vez a finales del siglo XIX, tras la Ley de Exclusión China de 1882, que creó una escasez de mano de obra en la construcción de ferrocarriles y ralentizó la minería y la agricultura. Para adaptarse, las empresas buscaron mano de obra barata en México. Los trabajadores mexicanos reclutados se establecieron en campamentos para trabajadores a lo largo de la frontera. Algunos de estos campamentos, incluidos lugares como Clifton, a dos horas al norte de Winchester Heights, siguen siendo colonias hoy en día.

Una de las razones por las que estos asentamientos informales perduran son las políticas estatales de uso de suelo. En el siglo XX, especialmente en la década de 1990, Arizona experimentó un auge de las “subdivisiones pirata” (wildcat subdivisions), donde los desarrolladores dividían grandes parcelas en lotes más pequeños sin garantizar el acceso al agua u otros servicios esenciales. Angela Donelson, coautora del libro “Colonias in Arizona and New Mexico”, ha dedicado parte de su carrera en planificación urbana a estudiar colonias y tratar de mejorar las condiciones en comunidades rurales pobres.

“Hay caminos que son intransitables. Hay lotes irregulares, calles irregulares, probablemente problemas con las conexiones eléctricas”, dijo Donelson. Esos patrones irregulares de asentamiento y desarrollo desigual son característicos de muchas subdivisiones pirata y, a su vez, de las colonias en Arizona.

Desde la década de 1990, el gobierno federal ha dado pasos para mejorar las condiciones de vida en las colonias. La Ley Nacional de Vivienda Asequible Cranston-Gonzalez de 1990 estableció un conjunto de subvenciones designadas de Community Development Block Grants de HUD y obligó a los cuatro estados —Texas, Nuevo México, Arizona y California— a destinar hasta el 10% de sus fondos de desarrollo comunitario a proyectos que beneficiaran a las colonias. En 1997, el Congreso hizo permanente la financiación designada para colonias.

Este dinero es competitivo, y HUD lo asigna anualmente a las agencias estatales. En el último ciclo de financiamiento, según los datos del Departamento de Vivienda de Arizona —la agencia que administra los fondos—, el estado recibió poco más de 2 millones de dólares para gastar en mejoras de vivienda e infraestructura de agua en cuatro condados con colonias. Uno de estos condados fue Cochise, que recibió 119,372 dólares para rehabilitación de viviendas en hasta cinco colonias, incluida Winchester Heights.

“Nunca es suficiente”, dijo Christine McLachlan, directora de Servicios de Desarrollo del Condado de Cochise. “Cualquier dinero que pudiéramos obtener se absorbería al instante. La necesidad es grande”.

El Departamento de Agricultura de Estados Unidos. (USDA) también ofrece financiamiento dirigido a colonias a través de subvenciones y programas de préstamos para mejoras de agua, aguas residuales y viviendas. Además, las colonias son elegibles para fondos destinados a “comunidades desfavorecidas” bajo la Ley de Infraestructura Bipartidista de 2021, administrada por la Agencia de Protección Ambiental (EPA).

Aun así, sin las subvenciones designadas, será aún más difícil para las colonias asegurar los recursos necesarios para mejorar sus condiciones de vida. Las colonias tendrán que competir con una cantidad mucho mayor de comunidades necesitadas.

“Tenemos muchas necesidades, pero otros condados también, así que es complicado”, dijo McLachlan.

En cuanto a las comodidades —o soluciones improvisadas— que sí tienen las colonias se deben en gran medida a sus propios residentes. En Winchester Heights, los vecinos arrancaron mezquites silvestres de la tierra, creando sus propias calles. En caso de incendio, los residentes suelen ser los primeros en responder. Alfonso Figueroa contó que una vez tuvo que llevar un camión cisterna de su trabajo para ayudar a apagar un incendio, ya que no hay hidrantes en su colonia. En su lugar, los vecinos corren a ayudarse entre sí con sus propias mangueras o cubetas de agua.

Los hidrantes no son lo único que falta en Winchester Heights. No hay drenaje de aguas pluviales, alumbrado público, acceso público a agua y alcantarillado, recolección de basura, atención médica, ni escuelas. Los hijos de Alfonso y Anel asisten a una pequeña escuela primaria a 20 minutos de distancia. Esta colonia no incorporada no tiene una estructura de gobierno formal, por lo que los residentes deben buscar recursos y financiamiento por su cuenta, con poco o ningún apoyo externo. Sumado a trabajar y criar familias, encontrar tiempo para gestionar esos recursos es una expectativa poco realista.

“No sabemos nada”, dijo Alfonso Figueroa sobre las opciones de financiamiento. “Me da tristeza, porque aunque hay fondos para ayudar a la comunidad a avanzar, no se hace nada”.

Este no es solo un problema de Winchester Heights. Olga Morales-Pate, directora ejecutiva de la Rural Community Assistance Partnership, dijo que hay un denominador común en muchas colonias: están gestionadas y operadas por voluntarios.

“La mayoría son pequeñas. No tienen la capacidad financiera para contratar personal remunerado… No cuentan con personal con el nivel adecuado de sofisticación, el nivel de capacitación necesario para cumplir con los requisitos regulatorios y de financiamiento”, explicó Morales-Pate, cuya organización es una red nacional de ONG que trabaja para mejorar las condiciones de vida y el acceso a fondos en colonias y otras comunidades rurales.

La falta de capacidad se traduce en falta de progreso en el terreno. En 2015, la Rural Community Assistance Partnership publicó un informe sobre las necesidades de infraestructura de agua y aguas residuales en las colonias. Un tercio, o 604 colonias, que albergan a más de 134,000 residentes, carecían de acceso adecuado a agua potable y manejo de aguas residuales. El informe de seguimiento 2021-2022 mostró que las condiciones en 63 colonias se habían deteriorado.

“Tener agua en Arizona es algo así como un privilegio, pero la calidad puede ser terrible”, dijo Adriana Zúñiga-Terán, profesora asociada de la Escuela de Geografía, Desarrollo y Medio Ambiente de la Universidad de Arizona. Conectar a las colonias a un suministro público de agua puede ser prohibitivamente costoso o logísticamente imposible debido a su aislamiento.

“La infraestructura horizontal, la infraestructura subterránea —el agua y las aguas residuales— básicamente determinará la capacidad de una comunidad para construir viviendas, instalaciones médicas, escuelas, supermercados… todo lo que hace que una comunidad sea sostenible”, dijo Morales-Pate. “Y eso es lo que falta en nuestras comunidades”.

Crisis de capacidad en las colonias

Ubicada en un impresionante cañón y dividida en dos por el río San Francisco, Clifton fue fundada en 1873 tras el descubrimiento de cobre en la zona. El pueblo está aproximadamente a 8 kilómetros de la mina Morenci, el mayor productor de cobre de Estados Unidos. El centro histórico está adornado con tiendas locales, un museo, una antigua cárcel y un palacio de justicia centenario. Sin embargo, muchas de las casas que bordean las calles del cañón de Clifton están en ruinas. La pintura se descascara de las paredes, las ventanas están rotas o cubiertas con papel de aluminio para reflejar el calor, y algunas personas viven en los patios traseros de otros.

Hace menos de medio siglo, Clifton prosperaba. Aquí, en el condado de Greenlee, los residentes son más blancos y mayores que los de las colonias del condado de Cochise, y muchos solían trabajar en las minas. Había escuelas, un taller de autos y grandes almacenes, incluido un J.C. Penney. Frank Monjaras, de 72 años, solía pasar los días al aire libre cuando era adolescente, después de que su padre le enseñara habilidades de supervivencia en el desierto y cómo disparar un rifle calibre .22.

“Mis días los pasaba en el río, corriendo, montando bicicleta todo el día”, recordó Monjaras. “Salía, agarraba mi rifle, una caja de cartuchos .22 (calibre), una manta, dos cantimploras, una lata de sopa, y me iba a las montañas por aquí, lo que llaman Clifton Peak, Mulligan’s Peak y río arriba. Me iba todo el fin de semana”, rememoró Monjaras.

Hoy en Clifton, cientos de residentes mayores dependen de comidas gratuitas en el centro comunitario para adultos mayores y en los bancos de alimentos. Carolina Cortez, trabajadora comunitaria de salud del Southeast Arizona Health Education Center, distribuyó productos durante una colecta de alimentos en Clifton en septiembre de 2025. Se levantó con el amanecer para conducir una hora hasta allí, y cuando llegó, quince minutos antes de la apertura, ya había una fila de autos esperando. Un poco más de dos horas después de abrir, la despensa se quedó sin comida. Ese día lograron entregar víveres a 108 personas y tuvieron que rechazar 32 vehículos. Muchos de los adultos mayores que asisten a las colectas de alimentos son ex empleados de las minas.

Monjaras tenía treinta y tantos años en 1983, cuando todo cambió. Ese julio, los mineros de Morenci iniciaron una huelga de un año contra el propietario, la corporación Phelps Dodge, en demanda de salarios justos. Finalmente fueron derrotados, y muchos perdieron sus empleos. En octubre de ese mismo año, la llamada “Great Flood” (Gran Inundación) devastó Clifton: el río San Francisco corrió por sus calles con un caudal de aproximadamente 90,000 pies cúbicos por segundo. Después de la tormenta, Frank y su esposa Margaret se mudaron a su casa en North Clifton, donde aún viven.

Más de cuatro décadas después, Clifton nunca se recuperó por completo. Los negocios se fueron, las escuelas y tiendas cerraron, las carreteras se agrietaron y las casas envejecieron junto con sus dueños. A diferencia de otras colonias, Clifton tiene un gobierno, pero aun así la colonia no tiene la capacidad para competir por subvenciones, explicó un administrador municipal a The Margin y Arizona Luminaria.

Las condiciones de vivienda en Clifton preocupan a la familia Monjaras, pero no los sorprenden. Su propia casa necesita pintura y nuevo revestimiento, pero no pueden costearlo. “Es el dinero, ¿sabe?”, dijo Monjaras. “Mi esposa recibe Seguro Social. Yo recibo Seguro Social. Tenemos que pagar nuestras cuentas, la comida, ¿sabe? — cuidarnos, y lo que nos queda tiene que alcanzarnos hasta el siguiente pago mensual”.

Además, Frank ya no puede hacer muchas reparaciones por sí mismo. Hace diez años tuvo una fuerte infección en la rodilla. Como veterano, el centro médico más cercano del Departamento de Asuntos de Veteranos (VA, por sus siglas en inglés) está a unos casi 66 kilómetros, en Safford. Después de tres años de idas y venidas, desarrolló gangrena. Finalmente tuvo que viajar a Tucson, a unos 274 kilómetros de distancia, para que le amputaran la pierna.

Una tarde de septiembre, los Monjaras estaban sentados en su sala. Margaret, de 73 años, en el sofá, junto a una canasta con estambre negro y rojo —los colores de la escuela de Morenci—. A unos metros, Frank conversaba desde su silla de ruedas. Permanecían cerca de su enfriador evaporativo, un sistema de refrigeración eficiente que infunde humedad al aire. El enfriador soplaba, pero no hacía mucho más.

“Los enfriadores por evaporación no funcionan muy bien durante el verano. Cuando hace calor, hace calor, y mi casa se pone realmente caliente”, dijo Margaret Monjaras. Mantener el aire acondicionado encendido constantemente con un ingreso fijo es un lujo para los Monjaras, pero algunos días es la única manera de sobrevivir al calor, que alcanzó los 111 grados en agosto de 2025. “Así que tratamos de hacerlo lo mejor que podemos. En nuestras habitaciones tenemos pequeños aires acondicionados de ventana, que son geniales. Cerramos la puerta, los encendemos y estamos frescos y cómodos”, añadió Frank Monjaras.

La región de la frontera sur, donde se encuentran todas las colonias de Arizona, tiene más días consecutivos con temperaturas superiores a 90 grados que el resto del país. Poder mantenerse fresco es una cuestión de supervivencia. “Tienes que elegir entre destinar el dinero a otra necesidad o enfriar tu casa. Lo cual, dependiendo de la época del año, puede ser una situación de vida o muerte”, dijo Nathan Lothrop, subdirector del Building Resilience, Innovation, Sustainability, and Assistance Center for the Environment y profesor asistente de investigación en el Mel and Enid Zuckerman College of Public Health de la Universidad de Arizona.

Las muertes relacionadas con el calor en Arizona aumentaron un 350 % entre 2020 y 2024. Según datos estatales, 990 personas murieron a causa del calor en 2023. En los primeros nueve meses de 2024, 742 personas fallecieron por causas relacionadas con el calor, según el epidemiólogo residente de la Arizona Public Health Association, Allan Williams.

El 20 de julio de 2023, un trabajador agrícola de unos 20 años, padre de dos hijos y originario del condado de Yuma, colapsó en el campo por la mañana y murió antes de las 10 a.m., durante una racha de 11 días con temperaturas de 110 grados o más. “Nadie debería morir, pero el hecho de que alguien muriera a las 8:00 de la mañana por un golpe de calor, y que además fuera un hombre joven, no encaja con los estereotipos de quiénes se veían afectados por el calor en el pasado”, dijo Brenda Sánchez, directora ejecutiva del Southeast Arizona Health Education Center.

El calor está agravando la sequía de varias décadas en el suroeste de Estados Unidos, conocida como la “megasequía”. Está agotando los ríos, las aguas subterráneas y los acuíferos, comprometiendo aún más la disponibilidad y calidad del agua para todos, pero especialmente para quienes dependen de pozos, como los residentes de las colonias de Arizona y otras comunidades rurales remotas.

“Incluso si alguien sufría un golpe de calor o estaba deshidratado… no faltaba al trabajo. Iba enfermo porque tenía que ir a trabajar”, dijo Sánchez. “No tienen días por enfermedad; necesitan poder poner comida en la mesa. No me gusta usar la palabra ‘resiliencia’ porque no creo que sea resiliencia. Es una cuestión de vida o muerte para ellos, simplemente para poder sobrevivir”, agregó.

Cuando llegan los monzones estacionales o las lluvias intensas, el agua golpea el suelo desértico reseco. El agua se queda en la superficie en lugar de ser absorbida, provocando inundaciones repentinas. Si una comunidad no tiene un drenaje adecuado, se inunda.

La parte oriental de Winchester Heights es propensa a las inundaciones. “Cuando una tormenta fuerte golpea, todas las casas y calles se llenan de agua”, dijo José Rodríguez, de 43 años, compañero de trabajo y vecino de Alfonso Figueroa. Las inundaciones vuelven peligrosos los caminos de tierra. “Esas inundaciones también han causado accidentes… Fort Grant Road es donde ocurren muchos de ellos”, comentó.

En Pirtleville, una antigua colonia del condado de Cochise que no fue incluida en la lista de colonias designadas por el Departamento de Vivienda de Arizona en 2024, el agua permanece por días después de una tormenta y cría mosquitos y moscas. “Huele muy mal”, dijo Elizabeth Vertrees, de 44 años, quien tuvo agua frente a su casa durante una semana después de la última lluvia fuerte. Contó que los caminos traseros estaban inundados y tuvo que “dar toda la vuelta” para llevar a su hija a la escuela.

Las investigaciones muestran que, históricamente, las personas que viven en colonias han estado más enfermas que el resto del país. Según un informe conjunto de la EPA y el USDA de 2014, los condados fronterizos con colonias tenían tasas significativamente más altas de hepatitis A y enfermedades transmitidas por el agua y los alimentos, en comparación con el resto de Estados Unidos. En agosto de 2025, según funcionarios del condado de Cochise, se detectó el virus del Nilo Occidental —una enfermedad transmitida por mosquitos que se reproducen en agua estancada— mediante trampas de vectores cerca de Pirtleville.

La planta de tratamiento de agua en Naco, una comunidad histórica de frontera con entre 800 y 1,000 habitantes en el condado de Cochise, Arizona. Credit: Ash Ponders / The Margin

“Una colonia significa algo”

Cuando una colonia es descertificada, no solo pierde el acceso esencial a fondos federales reservados, sino que también se vuelve más difícil obtener otras subvenciones. Sin la designación, las antiguas colonias deben competir con todas las demás localidades que solicitan fondos de desarrollo comunitario del HUD.

Las colonias deben demostrar de forma continua que cumplen con los criterios que el HUD estableció hace 35 años. Naco, una comunidad fronteriza histórica con entre 800 y 1,000 habitantes en el condado de Cochise, fue certificada como colonia en 1995. En 2024, la Junta del Distrito Sanitario de Naco, los líderes de facto de esta comunidad no incorporada, descubrió que Naco había perdido técnicamente su estatus en 2008.

Según el Departamento de Vivienda de Arizona, la Oficina del Inspector General del HUD descubrió que, debido a la falta de lineamientos claros del propio HUD, Arizona había certificado incorrectamente a la mayoría de sus comunidades fronterizas como colonias y, como resultado, recibió y gastó millones de dólares federales en comunidades que no cumplían con los criterios establecidos por la Ley Nacional de Vivienda Asequible Cranston-Gonzalez de 1990. Los funcionarios del HUD disputaron las conclusiones, pero acordaron abordar ciertos problemas identificados en la auditoría del inspector. Todas las colonias de Arizona tuvieron que volver a solicitar su certificación dentro de un plazo de dos años, pero Naco no lo hizo. La Junta del Distrito Sanitario espera recuperar ese estatus.

“Una colonia significa algo. Tiene verdaderas implicaciones políticas y financieras. Y, por lo tanto, existe esta especie de tensión constante en torno a identificar y etiquetar algo como una colonia”, dijo Lucas Belury, geógrafo y candidato a doctorado en la Universidad de Arizona que investiga las colonias.

Sin embargo, no todas las colonias enfrentan los mismos desafíos. Elgin, una pintoresca colonia en el condado de Santa Cruz, está salpicada de viñedos, destilerías y ranchos. Y Patagonia, una colonia con un centro de arte, un vivero de plantas, dos tiendas de comestibles y miembros de la comunidad que promueven la vigilancia ambiental y el acceso a recursos. San Simon es otro ejemplo. El principal atractivo original de la comunidad, una vía ferroviaria, atraviesa el lado norte de sus tres cuartos de milla cuadrada. Con dos iglesias, calles pavimentadas, una estación de bomberos de ladrillo y dos tiendas, las comodidades de San Simon superan con creces las de Winchester Heights, a pesar de tener menos de dos tercios de su población. Tres brillantes tanques blancos flanquean la oficina del Distrito de Agua de San Simon, presidido por Robert “Chuck” Fickett, de 76 años.

En 1985, Fickett tomó la iniciativa de formar un distrito de agua y renovar la infraestructura hídrica que estaba fallando. “Las cosas se estaban deteriorando. Había fugas por todo el pueblo”, dijo Fickett. Recientemente, después de que el pozo antiguo comenzara a fallar, el distrito de agua obtuvo fondos del Departamento de Calidad Ambiental de Arizona y compró un nuevo pozo, que planean conectar a principios de noviembre de 2025.

A pesar de los esfuerzos de San Simon, todavía hay problemas por resolver. Kathy Clark, quien alquila un remolque allí, aún se está recuperando después de perder su casa en el incendio forestal de 2024 en otra colonia, Bowie. “Tuvimos un incendio que destruyó todo, y nos mudamos aquí”, contó Clark. No había hidrantes cerca de su casa en Bowie, dijo. En San Simon tampoco los hay.

Al igual que Winchester Heights, San Simon está aproximadamente a una hora del hospital más cercano, pero aquí, cuando las personas buscan atención médica, acuden a Frances Grill, enfermera practicante familiar en una clínica de Walker Family Medicine. La clínica fue fundada en 2003 por Grill y Heather Lentz, ahora técnica en emergencias médicas, y está ubicada dentro de las instalaciones de la escuela secundaria de San Simon, con dos consultorios privados construidos a medida y una sala de espera dividida.

“La abrimos porque vivimos aquí y descubrimos que la gente realmente la usaría si fuera local, pero no querían ir muy lejos”, explicó Grill.

En cuatro horas, un martes cualquiera, Grill estimó que atendería a unas 25 personas. Nota la diferencia que ha hecho el acceso a la atención médica. “Creo que en realidad se han vuelto más saludables porque estamos aquí… Algunos de estos rancheros mayores que nunca habrían ido al médico ahora vienen aquí”, dijo. Algunos de los pacientes de Grill, incluso aquellos que ahora viven en ciudades como Tucson y Willcox, todavía manejan hasta San Simon para verla.

Cuando los residentes de Winchester Heights se enferman, esperan a que llegue la próxima clínica móvil y confían en que no sea nada grave. Aida Garcia, trabajadora de salud capacitada por el Southeast Arizona Health Education Center, o promotora en español, y organizadora comunitaria, se preocupa por la salud de los miembros de su comunidad, la mayoría de los cuales son trabajadores temporales.

“Las familias tienen que elegir: ir al médico o alimentar a sus hijos. A veces la gente soporta la enfermedad porque no hay dinero y el trabajo es temporal”, dijo.

Aida ha vivido en Winchester Heights durante 25 años. Como promotora y presidenta del Centro Comunitario de Winchester Heights, es una líder comunitaria no oficial que dirige el banco de alimentos, las campañas de salud y mantiene el centro comunitario por su cuenta.

A las 4 p.m. del viernes 12 de septiembre, los autos se alineaban frente al Centro Comunitario de Winchester Heights para la colecta mensual de alimentos. Garcia y ocho voluntarios ayudaban a las personas a cargar sus vehículos con suministros, incluyendo algunos melones, cartones de leche, cereales y pasta. A los cuarenta minutos de haber comenzado la colecta, el viento se levantó y levantó la carpa que protegía la comida del suelo. Los voluntarios corrieron a sostenerla. Se acercaba una tormenta, pero los autos seguían llegando.

Alfonso regresó del trabajo en su camioneta. Durante cada tormenta, le preocupa que su casa pueda ser destruida, que el techo salga volando o que el remolque se vuelque. Él y su esposa pasaron los últimos nueve años haciendo de su parte de Winchester Heights su hogar. Las colonias siguen siendo uno de los pocos lugares donde personas como Alfonso y Anel pueden permitirse tener una casa propia.

“Gracias a Dios la casa ya es nuestra”, dijo Anel.

La pareja y su familia en crecimiento dijeron que permanecerán mientras haya agua en los pozos. Pero esperan mejoras que hagan la vida de sus hijos pequeños mejor, como calles pavimentadas donde las espinas y las piedras no pinchen las llantas de las bicicletas.

“Esperamos que alguien mire esta comunidad y vea a gente trabajadora, y mejore las calles, la iluminación, todo. Para que nuestros hijos crezcan en una comunidad limpia, saludable y hermosa”, dijo Alfonso.

Una mirada a las colonias vecinas

Recorre las presentaciones de diapositivas para escuchar a los residentes y ver imágenes de diferentes colonias.

Naco

San Simon

Clifton

Patagonia

Elgin

Traducción: Beatriz Limón

Carolina Cuellar is a bilingual journalist based in Tucson covering South Arizona. Previously she reported on border and immigration issues in the Rio Grande Valley for Texas Public Radio. She has an M.S....